Cosas mías...

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jueves, julio 13, 2006

Bruce

Hace días que escuchaba aquellos rumores que me infundían cierta incertidumbre e inquietud, pero la noticia vió finalmente la luz. Ayer noche, ayudado por un sofocante calor, casi no pegué ojo elucubrando estratagemas para afrontar lo que se avecinada. Urdí un plan alternativo intentando por todos los medios que nada se me escapara. Tenerlo todo bien controlado y bien amarrado. No dejar cabos sueltos era mi suprema intención, pero por mi naturaleza, a veces tremendamente pesimista, veía que mi plan hacía aguas por todos lados. Mis manos sostenían la esperanza. Un papel azul turquesa del tamaño de un posit pequeño en el que había estampado un ilegible logo y el número 3 escrito a mano en la esquina superior derecha. Lo coloqué mansamente en la mesita de noche como esperando que su proximidad me diera la suerte que necesitaría a la mañana siguiente. Emoción y nervios se unían en común apuesta. Apagué la luz y la oscuridad se cernió sobre mí. Apenas parecía que había pasado un instante cuando el tronar del despertador hizo ver que mi cuerpo apenas había descansado, pero mi mente la encontré fresca y lúcida, preparada para el abordaje. Había que elegir, y elegir bien. Mi decisión era clara y contundente y con paso firme me acerqué al lugar elegido. Ahí están. Como hienas salvajes azuzando a su presa, una multitud creciente se iba agolpando a mi alrededor. Todos nos mirábamos de reojo intentado poder descubrir un punto flaco, algún defecto de los adversarios. Si, todos los que allí estábamos éramos enemigos. Todos de todos. Ni un amigo. Ni una cara amable. Cualquier nuevo adversario que se acercaba, era recibido con una frialdad aterradora. Comprobé nuevamente mi papel azul, mi talismán, mi arma secreta que dejaría a todos atónitos. Pero había que tener cuidado. Nadie debía sospechar absolutamente nada. Debía parecer que yo era uno más. Pero no. Yo tenía un as en la manga. Aquel papel insignificante al que me aferraba fuertemente tenía en ese preciso momento y lugar un valor incalculable. Pero debía usarlo en el instante preciso. Ni antes ni después. Tras dos eternas horas de tensa espera y rodeado de una ingente cantidad de personas, llegó el momento que todos esperábamos. Un fuerte estruendo resonó en nuestros oídos. Todos y cada uno de los que allí nos encontrábamos nos dirigimos rápidamente en dirección a él. Acababan de subir la metálica persiana de seguridad. Un personajillo con cara de comediante se dirigió a nosotros con aire de superioridad, como si estuviera observando una panda de borregos rumbo al matadero y él fuera el matarife.
- Todos somos ya mayorcitos y sabemos a lo que venimos nos sermoneó.
- Así que os voy a repartir estos vales numerados y por orden os voy despachando.
Todos se arremolinaron en torno a él, y una infinidad de papeles azul turquesa, con un ilegible logo estampado y un número marcado en su esquina superior, inundó la barahunda. Discretamente retirado de aquel enjambre, saqué disimuladamente de mis bolsillos mi preciado tesoro. Todos estaban luchando endemoniadamente por poder coger algún azulado papelito. Yo ya lo tenía y no podía perderlo. Con destreza y sosiego me acerque al hombrecillo que terminó de hacer su reparto. Dos personas ya estaban delante mía. Eran el uno y el dos. Miré mi papel y ya era imposible que nadie me lo quitara. Lo así con tal fuerza que ni diez hombres podrían arrebatármelo. Era el número tres. Apenas me di cuenta de que las dos primeras personas ya no estaban delante mía. Yo tan solo miraba fijamente a los ojos del dueño de la tienda de música cuando con voz temblorosa le dije:
- "Fermín, dame dos"
La impresora de la tienda de música escupió rápidamente dos papeletas que Fermín me entregó a cambio de mi preciado papelito azul que la tarde antes él mismo, bajo cuerda, me había entregado. Le dí 140 euros y él me devolvió uno. Me miró y sonrió. Mi mirada de agredecimiento le llegó al alma. El también era un seguidor incondicional. Salí de la tienda besando la papeletas que acababa de darme bajo a la atónita mirada de los cientos de borregos que, como yo, allí se agolparon. Tenía en mi poder dos entradas para el concierto que Bruce Springsteen daría en Granada en próximo 22 de Octubre. Ya lejos del alboroto, tardé un poco en darme cuenta que la gente me miraba fascinada mi más que sonriente semblante. Sabían que contemplaban a una persona feliz.