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jueves, agosto 31, 2006

La caja de pandora


No sé si estoy a punto de abrir mi particular caja de pandora. Después de bastante tiempo, me he sentado delante de mi flamante y olvidado piano que tan buenos momentos me dió en un pasado no muy lejano. He desempolvado las partituras que yacían desde hace meses esperando ser interpretadas. Lentamente he abierto la tapa del piano y he acariciado muy suavemente sus teclas como si estuviera pidiéndole perdón por tanto tiempo de olvido. He sentido que se han vuelto a unir cuerpo y alma, amor y sentimiento. Apenas al tocar una sola tecla, un frío sonido ha inundado la estancia, sin armonía, sin destreza, pero es el sonido de la esperanza, de una apuesta por un futuro juntos. El y yo volveremos a ser uno. Su estática presencia estará siempre presta a cualquier orden que envíen mis hoy pesados y torpes dedos, muy lejos de lo que fueron. Aun así él y yo hemos recordado pasadas composiciones elaboradas desde mi interior, quizá anodinas para otros oídos, pero llenas de profundas emociones para mí, y he recordado que no era tan torpe ni tan malo como yo creía el último día que machaqué sus teclas. Hoy he recuperado sensaciones que tenía ya perdidas y me siento más yo, más vivo. Siento como aflora desde mi más profundo interior una fuerza que tenía completamente dormida y que antaño fue fuerte y robusta que me hizo sentir grande y pequeño a la vez, alegre o melancólico, jubiloso o triste, según conminaban mis manos, no siempre obedientes a la órdenes de mi alma y mi voluntad. Así que voy a retomar mis estudios de piano, mis horas de ejercicios y trabajos diarios, escalas y más arpegios para intentar alcanzar la ansiada fusión entre sentimiento e interpretación que tan pocas personas han logrado conseguir. Y aunque esto no ocurra, que será lo más probable, a buen seguro habrá valido la pena intentarlo, porque, como decía una amiga mía, donde se ponga un momento de mágica inspiración, que se quite hasta un buen polvo.